A finales de septiembre, la UNESCO declaró como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el ritual de los voladores, así como los lugares de la memoria y tradiciones vivas de los pueblos otomí chichimecas de Tolimán (Querétaro). Con ello, México logra sus primeras inscripciones dentro de la Lista Representativa de ese rubro, aunque ya vcuenta con abundantes inscripciones en las de Patrimonio Material.
Seguramente, ya has visto la ceremonia de los voladores porque es una de las más representadas no solamente en México y en los medios de comunicación, sino también en muchos festivales, parques de atracciones y ferias internacionales. De hecho, creo que en Port Aventura hay un grupo que actúa con bastante regularidad.
La ceremonia ritual de los voladores tiene sus orígenes en época prehispánica. De acuerdo a las evidencias arqueológicas, la danza existe por lo menos desde el año 600 a.C. Durante el periodo virreinal, la ceremonia no sólo se mantuvo en determinadas regiones, sino que también formó parte de las fiestas y celebraciones indígenas integradas al aparato festivo. Modificado con el paso del tiempo, se ha preservado hasta nuestros días.
El ritual de los voladores es practicado por diferentes grupos étnicos de México y Centroamérica; de manera muy especial en la región de Totonacapan (Veracruz), lo que explica que sean ampliamente conocidos como “los voladores de Papantla”. Sólo en Papantla existen unos 600 voladores; en total, han sido identificados 33 grupos registrados, un número indeterminado de voladores no registrados y tres escuelas de niños.
La danza de los voladores está relacionada con la fertilidad, de acuerdo a los principios de la cosmovisión indígena. De acuerdo con la leyenda tradicional, una fuerte sequía había sido causa de estragos entre los totonacas. Un grupo de ancianos re reunió, entonces, con la finalidad de enviar a un grupo de jóvenes a pedir a los dioses que devolvieran la fertilidad a la tierra. Para realizar su ceremonia, éstos localizaron y cortaron el árbol más arto, más recio y más recto del monte. Subieron a lo alto del palo e hicieron sonar la flauta y el tambor. Unos días después, el palo fue derribado. Los voladores reaparecieron en el horizonte, pero al serles imposible el descenso, se perdieron para siempre entre las nubes.
La ceremonia comienza con la preparación física y espiritual de los ejecutantes, con la elaboración de la vestimenta (a veces por los mismos voladores) y el montaje de un altar. Antiguamente, los trajes se hacían con plumas de aves: águilas, buhos, cuervos, guacamayas, quetzales y calandrias. Por su parte, el palo sagrado o tsakáe kiwi (árbol de chicozapote) es buscado, cortado, arrastrado y levantado, pidiendo perdón al bosque. Cinco hombres suben a lo alto del tronco (que puede medir de 18 a 40 metros), atados con cuerdas por los pies y la cintura. Uno de ellos, el caporal, hace sonar sus instrumentos en lo alto, invocando a los cuatro rumbos cardinales. Los danzantes se lanzan, entonces, al vacío, y descienden en círculos alrededor del tronco, imitando el vuelo de los pájaros.
Además de hacer patente el respeto hacia la naturaleza, el ritual posee una fuerte carga de espiritualidad. Por medio de él, quedan integrados el hombre, su medio ambiente y el cosmos. Pero, además de ello, la ceremonia se distingue por promover el trabajo y el bien comunitarios.
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