12:35 | Author: AMCYL
De pequeño me encantaba que mis hermanas se fueran de viaje. No era porque me dejaran más espacio en casa (que lo dejaban) sino porque habia que ir a despedirles y recibirles al aeropuerto y ese lugar me parecía de lo más fascinante. Siempre había gente vestida muy elegantemente, con grandes y bonitas (y, seguramente, pesadísimas) maletas que esperaban su turno frente a los mostradores donde amables señores y señoritas les pedían la documentacion (el pasaporte, ¡todo un privilegio tener uno!) y les facturaban el equipaje a los destinos más exóticos: New York, París, Tokio. Siempre imaginaba que era yo el que viajaba y, pasaporte en mano, iría a descubrir sitios desconocidos y hermosos.

La primera vez que, efectivamente, fui pasajero, descubrí que había todo un mundo detrás de los mostradores, donde la gente, siempre elegante - a mí me pusieron mi mejor traje y corbata - iba de un lado a otro, comprando regalos y entrando a las puertas de embarque por donde bajaban a las pistas para subir las escalerillas del avión.

Luego resultó ser que el viajar pasó a formar parte de mi trabajo y que la gente de los mostradores debió cansarse de su trabajo y ya no es ni amable, ni simpática, ni atractiva, la estancia en el aeropuerto es cada vez más desagradable, los destinos ya no son tan exóticos ni tan hermosos, algunos son hasta peligrosos y otros resultaron ser bastante anodinos y aburridos. La gente ya no viste elegantemente para viajar, de hecho, alguna gente apenas se viste y otra va tan mal que te dan ganas de darles algo de dinero para que puedan comer algo o comprar jabón para mejorar su aspecto. Las maletas ya no son bonitas y cada vez son más pequeñas, para pagar menos, aunque siguen siendo pesadas y cada vez hay menos "documentación" porque ya ni te dan un billete de avión como los de antes. Recuerdo que leí mi primer billete como veinte veces durante el viaje y lo guardé "para siempre" aunque ya no sé dónde está.

He leído que un pasajero japonés decidió quedarse a vivir en un aeropuerto. Se llama Hiroshi Nohara y pasó 117 días en el aeropuerto de la Ciudad de México. Inicialmente llegó en una escala rumbo a Brasil pero decidió quedarse en el aeropuerto. Comía en las cafeterías, se compraba ropa en el duty free y paseaba de un lado al otro. Y mira que últimamente pensaba que ese aeropuerto era bastante inhóspito.

Estos días miles de personas se han quedado a dormir en el aeropuerto de Barajas por culpa de la nieve y de la pésima organización de las líneas aéreas y de la administración de la terminal aérea. Seguro que no querían quedarse a vivir allí. Yo tampoco. Para leer más sobre el japonés que decidió quedarse a vivir en el aeropuerto, usar este enlace.
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