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Author: AMCYL
Ayer estuve en la Procesión General de Valladolid que agrupa a todas las cofradías de la ciudad con sus "pasos" que representan, de forma cronológica, los diferentes momentos de la Pasión de Cristo. Es una de las actividades más importantes de la Semana Santa en esta ciudad. No pude menos que comparar estas actividades con mis recuerdos de la Semana Santa en México.
Cuando era pequeño, vivíamos en el Centro Histórico de la ciudad. El domingo de Ramos siempre comprábamos una "palma" que se guardaba todo el año y con mi madre iba al cine, que estaba muy cerca, a ver las correspondientes películas que yo llamaba "de Semana Santa" porque solamente se veían por esas fechas pero que en el medio cinematográfico se llaman "Péplum" y que básicamente contaban historias de gladiadores, mártires y santos variados. Tenían unas bandas sonoras muy características y siempre, siempre, la música subía cuando aparecía el salvador o cuando ocurría algún milagro.
Con mis hermanas, íbamos a hacer la visita de las "siete casas" para ver las iglesias que había en el barrio. Ver, lo que se dice ver, no se podía mucho porque los altares (en las iglesias con más medios) y las imágenes (en las más "populares") estaban cubiertas con paños negros y morados. Eran días en que se guardaba mucho silencio. La radio solamente emitía música sacra, se comían cosas que no llevasen carne y, la verdad, es que era un poco aburrido.
Finalmente, el sábado "se abría la gloria" y ya volvías a la normalidad, que en casa significaba poder comer cosas especiales, por ejemplo, el bacalao y la capirotada (un postre a base de pan, miel, queso y pasas). En algunos barrios la gente arrojaba cubos de agua por las ventanas y ya podías hacer ruido, escuchar otra música y las películas de santos se guardaban hasta el año siguiente. Aunque íbamos siempre a la iglesia, a la salida mis hermanas compraban "pan bendito" y a mí me compraban una "matraca" para hacer ruido y me divertía mucho.
Cuando nos mudamos a una urbanización en las afueras de la ciudad, las cosas cambiaron. Cerca ya no había siete iglesias para visitar, la televisión pasó a sustituir al cine y ya no era necesario ir lejos para ver a los gladiadores, las vestales y los santos; al menos las tradiciones gastronómicas si se mantenían y seguíamos comiendo la receta tradicional de bacalao y la capirotada; de hecho, algunos familiares aparecían milagrosamente esos días para comer estos guisos, lo que seguramente me hizo perder un poco de mi fe. No me gustaba nada que vinieran visitas porque no solamente comían de los guisos que me gustaban sino que tenían el descaro de llevarse alguna porción a casa, dejándonos con menos cantidad de cada guiso (y eso que mi madre preparaba cazuelas enormes de cada uno).
Luego, se empezó a perder la fe de forma generalizada. Los gladiadores, las vestales y los santos se podían ver, si así lo querías en el televisor del hotel y era mucho más divertido visitar las siete playas en vez de las siete casas; en la piscina no tenías que guardar silencio (es imposible demostrar "recogimiento" en bañador) y la matraca ya no hacía falta. A tu alrededor, todo el mundo hacía muchísimo ruido.
Ayer en la procesión hubo un momento en que me pregunté cuánta de esa gente estaba allí porque quería estar y cuánta, especialmente los más jóvenes, estaban allí porque sus padres les habían apuntado. A juzgar por los bostezos, caras de aburrimiento y gestos de hastío, creo que la mayoría. Lo que señala a que estos chicos en cuanto puedan, se irán a las siete playas...
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