Una de las cosas que más me molesta de ver la tele hoy en día es la malsana costumbre que tienen las cadenas de televisión de interrumpir los contenidos que más me gustan con eso que llaman programas.

Te sientas tan contento a ver la tele, a enterarte de las enormes ventajas y ahorros que obtienes si contratas el seguro de tu coche con tal o cual empresa, con qué colonia o after shave seducirás a más mujeres –que hasta recorrerán kilómetros y kilómetros en incómodas motocicletas para buscarte, cuál es la mejor ciudad de vacaciones del país, qué vinos debes comprar, qué quesos y qué pan comer, cómo combatir el colesterol y las manchas de la ropa, cuando ¡zas! te cortan con un programa donde sale gente gritando sin parar, o bailando y cantando porque “nacieron para bailar y cantar” o recorriendo el desierto de Mongolia a pie para llegar a Pekín cuando es mucho más fácil buscar un taxi, o gente que se muere de las maneras más extrañas para que otros se pasen horas y horas investigando por qué se han muerto, en terrible detrimento del tiempo que debería dedicarse a las burbujitas de freixenet o a los bombones que solamente se venden en invierno, o a la lotería de navidad.

Espero que los programadores de las cadenas de televisión recapaciten y eliminen de una vez por todas los programas y nos dejen ver nuestros anuncios favoritos en paz.